Apr 30, 2011


LA JOVEN QUE NO QUERÍA SER VISTA.

Había una vez una señorita que no quería que la voltearan a ver, sentía mucha vergüenza cuando era vista por la gente, y por eso no salía de casa y se ponía una gasa en su rostro cuando lo hacía. No tenía espejos, porque no quería sentir ni su propia mirada sobre sí misma. Estaba aterrada de ser tocada por cualquier mirada incluida la suya propia. No volteaba a ver a la gente por miedo a sentir las miradas de reciprocidad. Pero un día recibió debajo de su puerta un paquete. Era una fotografía de un chico joven, de ojos sonrientes, de mueca simpática, cabello brillante y nariz pequeña, no era guapo como los hombres de los anuncios de revistas, pero inspiraba una increíble alegría el simple hecho de verlo, nunca la había visto, al mirar sus ojos en la fotografía sintió un profundo calor en su pecho, un calor agradable y acogedor. Detrás de la foto decía "¿Me permites conocerte?" Por su miedo no pudo enfrentar la pregunta, escondió la foto debajo del tapete y se fue a esconder al baño.
Tiempo después, ella olvidó lo sucedido, pero recibió otro paquete igual bajo su puerta. Era otra foto del mismo joven, pero ahora frente a la foto estaba una nota que decía "Estoy afuera de tu puerta y tengo llave, no huyas, te quiero conocer". Ella quedó petrificada, simplemente se puso a llorar mientras escuchaba minutos después cómo se abría la puerta. Gritó y lloró con gran miedo. Mientras el joven se acercaba a ella. Ella se ocultaba tras los muebles, se tapaba su rostro con sus brazos y las cosas que encontraba cerca. Su debilidad le impedía defenderse ante la supuesta irrupción. El joven, con gran paciencia y cuidado se acercó a ella, casi acorralándola en una esquina. Simplemente puso una mano sobre la cabeza de la chica, y la otra sobre el brazo que tapaba su rostro. Los dedos recorrieron los cabellos y la piel del brazo, remojada en lágrimas. El calor de su tacto era tan grato que la joven se rindió al esfuerzo. Sin abrir los ojos sintió las manos del joven tocar su rostro humedecido, y caliente, inyectado de sangre, avergonzado. Así duraron largo rato, hasta que el chico solo dijo: "Gracias". Ella no abrió los ojos hasta que lo vió salir de la habitación.
Meses después del extraño suceso, recibió el periódico con un singular titular: "Escultor ciego triunfa con nueva escultura: Psique y Eros". El rostro de Psique era el de ella, el rostro de Eros era el de él.

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